Publicado el 4 de junio de 2019 por Lorena Álvarez Piñera en Avances
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Las residencias, ¿un lugar o un hogar donde vivir?

Los modelos de familia son cada vez más cambiantes, y por ello, las necesidades que surgen para poder atender a nuestros mayores son diferentes. Independientemente de afirmaciones tales como que toda persona desea ser atendida en su casa, o que el hogar de cada uno es el mejor lugar para permanecer, existen realidades que imposibilitan esta opción, y para ello, debemos contar con espacios que aporten a la persona un entorno asemejado a su domicilio, o al menos, al concepto de hogar.

Una casa no es más que cuatro paredes y un techo. Un hogar es el lugar donde nos sentimos seguros, nuestro refugio de paz y serenidad, donde sabemos que somos queridos y bien recibidos, donde nos aceptan como somos, con sus pros y sus contras. Por ello, las residencias deben tener el objetivo de poder denominarse hogares.

El término “residencia”, ha sido denostado a lo largo de los años identificándolo como un lugar de abandono o como refugio de quien no tenía quién le cuidase. Hemos evolucionado mucho desde ese triste concepto de “asilo”, pero aún queda camino que andar. Hoy en día les endulzamos el nombre, llamándolos residencias, centro residencial, centro de institucionalización… pero lo importante no es lo bonito de un letrero, lo importante es lo que está dentro, y sobre todo quién está dentro.

A lo largo de los últimos años las residencias cuentan con numerosas normativas de diferentes rangos que definen espacios, requerimientos arquitectónicos, elementos de seguridad y ergonomía,  ratios, etc. A veces es difícil congeniar estos elementos con funcionalidad, diseño y confort. Sin embargo, se puede hacer.

Es importante, a la hora de diseñar una residencia, tener en cuenta cómo son nuestras casas. Es evidente que cada casa es un mundo, pero existen unos elementos bastante estandarizados que nos guiarán para poder extrapolarlos a una residencia. Ejemplos de esto tenemos montones: el punto de encuentro y donde mayor tiempo pasamos es el salón, por lo que solemos querer asientos (sofás, butacas, etc.) cómodos, donde poder acomodarnos viendo la televisión al caer la tarde o antes de ir a dormir tapados con una manta dulce en invierno. Podemos contar con estos elementos sin ningún problema dentro de una residencia. Otro ejemplo, la cama es el espacio más íntimo y personal de cada uno, hay personas que les gusta dormir muy tapados o con el peso de las mantas, otros les gusta dormir más ligeros, sacar la pierna por un lado, etc. La almohada ¿dura o blanda? ¿alta o baja? Favorecer que la cama esté hecha al gusto de la persona que va a dormir no es ninguna locura, sólo debemos preguntar cómo le gusta dormir.

Aunque las residencias deben contar con todos los elementos de manera propia, se pueden flexibilizar los elementos decorativos de los dormitorios, siempre con un equilibrio de respeto en habitaciones compartidas. Permitir que la persona pueda traer su colcha, el cojín que tenía en su cama, la figurita de la mesa de noche, fotos, etc. que hagan que cuando se encuentre en su habitación se encuentre rodeado de elementos familiares que le ayuden a mantener la tranquilidad y conciliar el sueño en armonía, así como favorecer un despertar que no incite a la desorientación.

Los espacios comunes contendrán lógicamente elementos comunes, pero no cuesta nada establecer una decoración doméstica; no será la de su casa concreta, pero será hogareña: estanterías con libros (adecuados a sus intereses o su edad), adornos neutros, etc. Menaje y disposición del comedor con ambiente doméstico, prescindiendo de bandejas de servido, elementos de plástico, etc. ayudan a sentirse en casa a la hora de comer.

Como se puede observar, son elementos muy sencillos de personalizar y que van a aportar un confort extra al residente. Evidentemente, existirán múltiples situaciones en que no podamos hacerlo todo de una manera tan doméstica, ya que algunas necesidades sanitarias o de seguridad no lo permitan, pero siempre que se pueda, deberá primar el bienestar del residente frente a la comodidad del personal o el abaratamiento de los costos.

A razón de este último punto, cuando  los residentes se sienten como en casa, presentan menor número de alteraciones conductuales, los procesos de adaptación son rápidos y efectivos y los requerimientos de intervención son menores, por lo que entender que las residencias deben ser hogares para vivir, es también una inversión y un ahorro.

Para finalizar, los directores de las residencias deberán estar siempre especialmente implicados en la concienciación y la formación del personal en esta filosofía, porque el personal forma parte de esa unidad de convivencia. Podemos tener el mejor diseño del mundo, pero, si el equipo humano falla, no lograremos nuestro objetivo. Hacer que el personal se implique, que entienda el diseño como propio, que cuide y se esmere en la atención del mayor y de los elementos que le son propios, ayudará a mantener ese espíritu hogareño. Cosas tan sencillas como mantener el ropero ordenado no cuestan apenas esfuerzo, y facilitan mucho las cosas.    

Lorena Álvarez Piñera

Vocal de CEAFA         

 

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