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Los premios «Príncipe de Asturias» y las neurociencias

La traslación a la práctica clínica de los avances científicos entraña un largo camino por recorrer

VALENTÍN MATEOS COORDINADOR DEL SERVICIO DE NEUROLOGÍA DEL CENTRO MÉDICO DE ASTURIAS Y VOCAL DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE NEUROLOGÍA La reciente concesión del premio «Príncipe de Asturias» de Investigación Científica y Técnica 2011 a la candidatura conjunta de tres reputados neurobiólogos (Giacomo Rizzolatti, Joseph Altman y Arturo Álvarez-Buylla) ha generado la consiguiente alegría en toda la comunidad científica relacionada con las neurociencias. La satisfacción se agranda si recordamos que el premio de 2010 también fue concedido a un grupo de neurocientíficos (David Julius, Baruch Minke y Linda Watkins) dedicados al estudio de los mecanismos neurobiológicos del dolor y que unos años antes, en concreto en 2005, fue a parar a las manos de Antonio Damasio, el neurólogo de las emociones. Si partimos de la base de que estos premios están abiertos a todo el campo del conocimiento científico y técnico, hemos de concluir que la excelencia en la investigación en neurociencias es una realidad y que la sensibilidad social, depositada en un jurado de muy variada composición, no lo es menos.

De todas las noticias de prensa que he leído en las horas posteriores a conocerse el dictamen del jurado, me ha llamado poderosamente la atención la entrevista telefónica realizada a Arturo Álvarez-Buylla y que publicaba LA NUEVA ESPAÑA en su edición del día 26 de mayo. El galardonado comenzaba la entrevista con una exigencia, a saber, que sus palabras fuesen recogidas con rigor porque, razonaba, «no se debe decir nada que vaya más allá de la realidad científica ni hacer promesas médicas sin base real, porque en este campo las exageraciones producen efectos negativos». No pude por menos que sentirme identificado. La práctica clínica neurológica, «el día a día» en la consulta, me ha acostumbrado a ser también prudente al abordar, con pacientes o con sus familiares, las noticias de investigación básica relacionadas con las patologías neurodegenerativas (la enfermedad de Alzheimer y la enfermedad de Parkinson son las más conocidas, pero no las únicas ni las peores).

Bajo ningún concepto deben interpretarse estas palabras como muestra de un pesimismo declarado. En absoluto. Los neurólogos clínicos somos los primeros en congratularnos de que se investigue y se avance en el conocimiento de aquellos problemas a los que no podemos dar una respuesta eficiente a día de hoy. Pero, como Arturo Álvarez-Buylla, también somos conscientes de que «queda mucho camino por recorrer». Es por ello que, mientras personas de la talla intelectual de los laureados siguen, pasito a pasito, desentrañando los secretos de nuestro cerebro, los demás, seamos médicos, gestores sanitarios, políticos, juristas, familiares de afectados o simples ciudadanos, estamos obligados a poner nuestro granito de arena para que los pacientes actuales, muchos de los cuales no llegarán a tiempo de beneficiarse de los descubrimientos ahora esbozados, reciban las atenciones médicas y sociales que se merecen.

Y si estas investigaciones nos hablan de un futuro de esperanza a medio-largo plazo, ¿cuáles son los avances más cercanos a la práctica clínica? En opinión de quien suscribe, el inmediato desembarco en la práctica clínica de procedimientos que permiten el diagnóstico de estas enfermedades en sus estadios más iniciales, incluso en fases presintomáticas, paso clave para desarrollar fármacos que no sólo ralenticen el curso evolutivo, sino que puedan detenerlo o invertirlo. Lo que conocemos como «biomarcadores» es, a día de hoy, el nexo de unión entre la investigación y la clínica aplicada. En el caso concreto de la enfermedad de Alzheimer, poder identificar en muestras biológicas (sangre, líquido cefalorraquídeo) las proteínas involucradas en el desarrollo de las placas amiloides o poder ver (y, si se me permite la expresión, fotografiar) estas placas en el cerebro mediante la técnica conocida como PET (Positron-Emission Tomography) cambiará, sin duda, nuestra aproximación al problema y el porvenir de muchos pacientes y de sus allegados porque, no lo olvidemos, las enfermedades neurodegenerativas atacan por partida doble, al paciente y al cuidador, en general un familiar.

Fuente: ine.es

Con la colaboración de