"Le dio un derrame cerebral y en el hospital clínico me dijeron que la mandaban así para casa. Pensé que me daba algo. La auxiliar del hospital me enseño cómo cambiarla. Al principio lo pasaba mal, era como cuidar a un bebé y, como no puede hablar, al principio no entendía lo que me pedía". María Aurea de la Fuente cuida desde hace ocho años a la hermana de su suegro, que está encamada desde entonces y no articula palabra. En aquel momento apenas contaba con más que su intuición para saber cómo debía cuidarla y cuando el que enfermó fue su suegro, ya sabía desenvolverse, incluso con dos grandes dependientes a su cargo. El curso de formación para cuidar a enfermos con demencia o enfermedad mental que puso en marcha el año pasado la Xunta llega para ella, como para muchos otros cuidadores, un poco tarde. "Es muy interesante, pero yo ya cuidé a dos mayores y muchos casos ya los sabía", explica.
Lo mismo le ocurrió a Guadalupe Porto, que atiende a una familiar desde hace dos años y medio. "El médico nos explicó muchos detalles, lo que debíamos hacer en algunos casos o a quién acudir", dice. El curso le valió, a ella y a su veintena de compañeros, para resolver muchas dudas de casos muy diferentes: desde padres con niños con síndrome de Down a hijos que cuidaban a sus padres de más de 90 años con demencia. Aun así, coincide con María Aurea en que "cuando se empieza es cuando más problemas hay". "El día a día te enseña muchas cosas", apunta. "Yo soy más joven [que otros cuidadores] y al principio busqué información, recursos, le pregunté al médico, a la enfermera. Tengo una asistente social en el Ayuntamiento de Chantada que me guió, hice un curso con una asociación sobre el alzheimer... Intento mantenerme al día".
Como dice María Aurea, el curso "nunca sobra", pero a ella le gustaría que le explicaran qué hacer cuando se encuentra con que la persona a su cuidado tiene una infección que no cura bien y en el ambulatorio se excusan que no es cosa suya. "Te vienes a casa con el problema y si vas a Urgencias te dicen que es una tontería", explica. La formación le sirvió para resolver, sobre todo, dudas de tipo médico: "Cada vez hay más mayores que los mandan a casa del hospital con sondas y suero y ni siquiera te explican cómo funciona. Aunque los cuidamos, no tenemos preparación".
En los cursos, una gran mayoría de los alumnos son mujeres, que aún cargan con rol de cuidadoras. Guadalupe atiende a una mujer a la que la artritis, la artrosis y las roturas de cadera la dejaron inválida en la cama. Con todo, es consciente de que su situación no es demasiado mala: la enferma al menos habla y es consciente y cuenta con marido e hijo que le echan una mano. Puede ir a trabajar y dejarla sola unas horas. "Si no buscas a alguien que te ayude, acabas enfermando tú", dice. María Aurea tuvo durante más de un año a dos grandes dependientes a su cargo. Ella buscó ayuda y una persona los atendía mientras trabajaba unas horas por la tarde en una residencia de mayores porque "si una persona se dedica sólo a esto se levanta con el pijama y se acuesta con el pijama". "Habrá gente que no pueda ni ir a los cursos porque no tiene con quien dejar al enfermo", reflexiona
Sin embargo, la ayuda por dependencia, unos 400 euros al mes, se queda en nada después de pasar por la farmacia y comprar pañales o cremas, y tiene que pagar a cuenta de su bolsillo que otra persona cuide de la hermana de su suegro cada tarde. El dinero llegó hace unos meses, después de afrontar los gastos durante ocho años. Al principio contaba con la pensión agraria que cobraba su suegro, pero su hermana nunca cotizó a la Seguridad Social y cuando él falleció se quedó sin ningún tipo de ayuda. Después de casi dos años esperando, llegó la subvención por dependencia, que se queda corta. María Aurea busca ahora otra prestación que le ayude a mantener el cuidado sin sacrificar toda su vida.
Fuente: elpais.com