El mismo día que María Ángeles volvió a casa después de dar a luz a su tercer hijo, el bebé empezó a sufrir una diarrea que le obligó a poner hasta siete lavadoras diarias. Además, había que llamar al médico de guardia, ocuparse de los otros dos niños, arreglar la casa... Fue entonces cuando ella, que por entonces estudiaba Económicas, se planteó una pregunta: ¿cómo era posible que en ninguna de las asignaturas de su carrera se mencionara este tipo de trabajo que al menos una persona de cada familia española llevaba a cabo? Casi 40 años después de aquello, María Ángeles Durán, hoy catedrática de Sociología y profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), recuerda que cuando realizó su tesis sobre el trabajo de las mujeres españolas tuvo que conformarse con una nota a pie de página para expresar su frustración: "Considero que también es trabajo el no remunerado pero no he podido desarrollarlo por absoluta carencia de fuentes".
Ella, al igual que otros investigadores que se unirían después a su causa, quería valorar y analizar la importancia que tienen en el desarrollo de nuestra economía casos como el de María, una abuela que se encarga de atender a sus nietos. O el de Marta, que cuida de sus tres hijos a tiempo completo sin saber de horarios ni fines de semana libres. O el de Inma, quien dejó su empleo en una entidad bancaria para cuidar de su padre enfermo. Por las tareas que desempeñaba en el banco ingresaba más de 1.000 euros mensuales; por la del cuidado de su padre, cero euros. Aquella tesis incompleta a juicio de la propia María Ángeles Durán le dejó una espinita clavada, y por eso se empeñó en investigar y producir fuentes con las que responder a preguntas como cuánto vale el trabajo que nuestras madres hicieron para atendernos o el que ahora hacen las abuelas con nuestros hijos. Según cuenta, por una razón muy lógica: todos los manuales de estructura económica que estudió empezaban diciendo que la Economía es la ciencia que estudia la producción, distribución y acumulación de los recursos escasos, susceptibles de usos alternativos.
Y resulta que el tiempo que empleamos en cuidar a los demás es un recurso escaso y susceptible de usos alternativos. Ahora, un estudio de la Fundación BBVA coordinado por ella, ha cuantificado ese trabajo no remunerado de madres, abuelos, padres y demás 'obsequiadores de tiempo', entendiendo que es todo aquel que se presta sin una contrapartida económica "y sin la expectativa de que quien lo recibe vaya a remunerarlo de forma proporcionada al tiempo que se ha dedicado a dicho trabajo". ¿La conclusión? Que esa parte de la economía producida en los hogares a cambio de cero céntimos equivale al 53% del PIB. O dicho de otra forma: nuestro Producto Interior Bruto, que cuantifica el valor monetario de la producción de bienes y servicios durante un año, aumentaría un 53% si tuviéramos en cuenta el trabajo no remunerado. Todo un gigante oculto del famoso y abstracto mercado gracias al cual seguimos funcionando. Aunque con un coste: la sobrecarga de quienes se ocupan del cuidado de niños, enfermos y mayores haciendo uso de la famosa 'doble jornada'.
EL VALOR DEL TRABAJO
Si un buen día decidiéramos declararnos en huelga doméstica y empezáramos a pagar por esas tareas seríamos más conscientes del valor que tienen. Por eso, las conclusiones de Durán en este estudio son claras: todas pasan por concienciarnos de que los hogares producen servicios como cualquier otro sector de la economía y las personas que los prestan son tan importantes como los conductores de autobuses, los inspectores de Hacienda, los maestros, los obreros industriales o los directivos. Pero no solo moralmente. "Juegan un papel económico decisivo"–explica esta catedrática–. Por mucho que el afecto siempre esté presente, tenemos que hablar de él igual que si hablásemos de la producción de tomates o de pernoctaciones turísticas en hoteles".
Por eso cita la aprobación de la ley de dependencia como un "gran cambio" que ha marcado el reconocimiento del cuidado de las personas dependientes como responsabilidad pública y, por tanto, colectiva, aunque con ella se abrieran expectativas que después no se cumplirían. "El problema es que la ley siempre fue demasiado optimista respecto a cuánto se podía pagar al precio de mercado lo que ahora se está produciendo sin precio”, explica Durán. Se refiere a que el volumen de cuidado que se realiza en los hogares es inmenso en comparación con el que se produce en las instituciones. Como muestra, un botón: una de sus investigaciones concluyó que las instituciones –públicas o privadas– solo prestan el 12% del tiempo de cuidado a los enfermos, con lo que el 88% restante lo producen los hogares. O para hablar con mayor propiedad, las mujeres de esos hogares.
Las estimaciones dicen que en 2050 la demanda de cuidados habrá aumentado un 50%. ¿Podremos sostener entonces la situación? Es una de las preguntas que intenta resolver el estudio teniendo en cuenta que el porcentaje de niños está reduciéndose a pasos agigantados y no hay un mercado desarrollado de servicios asequibles para mayores. "Lo que se han generado son servicios inalcanzables para la mayoría, con residencias de hasta 6.000 euros al mes, y eso solo le sirve a una pequeñísima parte de la población", cuenta Durán.
¿Cuál sería la solución? Según los autores del estudio, no pasa por una retribución económica –la consideran inviable– sino por un reparto más equitativo de las cargas (actualmente, el 80% de los cuidadores de dependientes son mujeres y, en su mayoría, mayores de 45 años), lo que requiere mucho tiempo y pedagogía. "Cuidar tiene que ser como los impuestos –dice María Ángeles Durán–: una carga social que hay que redistribuir en torno a dos elementos: género y edad". La palabra clave es el tiempo, que aunque muchas lo estiren como magas, tiene un límite. "Es el recurso más inflexible que tenemos. El dinero me lo pueden prestar, puedo devolverlo más adelante, lo puedo generar… Pero el tiempo que regalo o me expropian no lo recuperaré jamás". Y aún así, madres, hijas, abuelos y demás familia están dispuestos a darnos el suyo con el único objetivo de hacernos la vida más fácil. Unos auténticos trabajadores de la generosidad.
TRABAJADORES DE LA GENEROSIDAD
Inma Valverde, 46 años, exempleada de una entidad bancaria. Ha cuidado de su padre, enfermo de Alzheimer, durante cinco años.
"A mi padre le diagnosticaron Alzheimer hace ocho años. Al principio mi madre se encargó de él, pero dos años después ambos se vinieron a vivir conmigo, mi marido y mis dos hijos; sabíamos que ella sola no podía. Cuidarlo significaba estar pendiente de él constantemente y ayudarle a ducharse, vestirse, comer..., aunque por las mañanas iba a un centro de día. Hace un año empezó a necesitar atención las 24 horas y tuvimos que ingresarlo en una residencia. Pedimos la ayuda de Dependencia para pagarla, pero nos la denegaron porque superábamos el límite de renta. El Alzheimer es una enfermedad muy dura que va minando no solo al enfermo, sino a sus cuidadores. En la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Las Rozas encontramos apoyo. Sin este tipo de organizaciones me habría sentido perdida. Ahora estoy haciendo un curso sobre el cuidado psicosocial de enfermos para poder dedicarme profesionalmente a este campo".
José Manuel Cervera y María Gil, 71 y 70 años, profesores jubilados y abuelos de ocho nietos a los que cuidan cuando lo necesitan.
"Cuando suena el teléfono a las 8 de la mañana siempre es por lo mismo: un nieto tiene fiebre y no pude ir al colegio, así que pasará con nosotros toda la mañana y parte de la tarde, hasta que sus padres salgan de trabajar. Como tenemos ocho nietos, casi siempre hay algo: a veces duermen con nosotros porque los padres salen de cena; o se quedan hasta más tarde porque los padres tienen un problema en el trabajo. Nuestra tarea puede ser agotadora, pero también gratificante. Es lógico que nos apoyemos unos a otros porque hoy en día las cosas no están fáciles para nadie. Si los abuelos nos declarásemos en huelga, se organizaría un caos social. El día a día se mantiene, en gran parte, porque muchos de nosotros estamos ahí apoyando emocionalmente e, incluso, económicamente. Lo vemos a diario en la Asociación de Abuelas y Abuelos de España".
Marta Gómez,36 años, madre de Alejandra (4 años), Nicolás (2) y Jaime (2 meses). Excomercial de publicidad en una editorial.
"Después de 13 años, dejé mi puesto en una multinacional para ocuparme de mis hijos. Tuve que sopesar mucho la decisión y hacer cuentas, pero al final mi marido y yo vimos que nos compensaba apretarnos el cinturón y que yo me dedicara a los niños. Creo que el trabajo de madre y ama de casa es más duro que el de la oficina (sin horarios ni fines de semana libres), pero a la vez es muy agradecido. La sociedad cada vez es más consciente de que es una labor importante aunque no recibamos remuneración económica; sin embargo, hubo algunas personas me dijeron que no tendría vida propia y me convertiría en una 'maruja'. Hoy podría contestarles que dejar de trabajar y hacer que nuestra familia sea feliz es la mejor decisión que he tomado. Pero no estaría de más que el Estado lo compensara económicamente, al menos a quienes realmente lo necesiten".
Fuente: hoymujer.com