Desde que nos dieron los diagnósticos de Alzheimer primero de mi madre y luego de mi padre, hemos ido tratando de adaptarnos a sus necesidades y, siempre que hemos podido preverlas, adelantándonos a ellas.
Hemos ido sorteando, en equipo, los problemas que iban surgiendo y hemos tratado de encarar las dificultades con nuestro mejor ánimo y disposición.
Pero las cosas se han ido complicando a medida que sus respectivos deterioros han ido alterando sus rutinas y hábitos. Ya no estamos seguras de su bienestar, ni siquiera contando con la ayuda impagable de Tere, la persona que les ayuda en casa. Nos preocupa mucho que cualquier día puedan sufrir un accidente doméstico, un fuego olvidado, una caída o un despiste que complique aún mas su estado físico, y en consecuencia el mental.
Por todo ello hoy, finalmente, nos hemos reunido las hermanas para tomar una decisión. No ha sido fácil, nunca lo es decidir por otros. Pero cuando, además, esa decisión entraña sacarles de su casa, de los recuerdos de una vida, de lo que han ido rodeándose en sus años de matrimonio…ufff!... eso es tremendo. Si ellos aceptaran la ayuda de otras personas podríamos contratar profesionales que, en turnos de 8 horas, les cuidaran a lo largo del día. Pero se niegan a que entre nadie en su casa, desconfían de todo y de todos…¿Cómo lo hacemos?
No hemos conseguido hacerles ver que no pueden estar solos, que existe un riesgo real de que les pase cualquier cosa, nos dicen que somos unas exageradas.
Mencionar el ir a una residencia es abrir la caja de los truenos, Papá se enfada porque “él no necesita para nada estar todo el día con viejos”, y Mamá calla y otorga…aunque yo creo que agradecería dejarse cuidar.
Bueno, al final tras analizar las posibilidades, ha quedado claro que la mejor manera de tener la certeza de que están atendidos y en condiciones es recurrir a una buena residencia. Lo más duro está hecho: ya hemos tomado la decisión. Ahora hay que empezar a visitar las que nos parecen mejores y, lo más difícil, ver como se lo hacemos entender o, por lo menos, aceptar.
En el tiempo transcurrido desde que todo esto empezó hemos ido tomando los mandos a medida que ellos iban siendo incapaces de gobernarse, hemos tratado de tener una delicadeza exquisita ante temas tan espinosos como el apoderamiento legal, o el introducir más ayuda en casa. Hemos intentado siempre que no sintieran invadida su intimidad y que no nos vieran como a usurpadoras de sus decisiones.
No se trata de “aparcar” a nadie, nada nos hubiera gustado más que poder verles envejecer en su casa. Pero con las cartas que nos han tocado esta es la mejor manera de protegerles y cuidarles. Lo único que queremos es la seguridad de que están bien, protegidos, cuidados y atendidos por profesionales. El cariño, los abrazos, las risas y los ratitos compartidos vamos a seguir dándolo nosotros.
Y me niego a asumir el fantasma de la "culpa", ese sentimiento inútil que no aporta nada y daña mucho. Cuando se llega a este punto con la conciencia clara de que se quiere lo mejor para ellos, de que no hay comodidad o egoísmo en la decisión, no hay culpas que valgan. Sólo el trabajo de encontrar el mejor sitio posible para que disfruten del tiempo que les queda.
Fuente: hechosdehoy.com